¿QUÉ ES LA
MASONERÍA?
La masonería no es un partido político, ni un sindicato, tampoco, es un
religión, ni una secta, y ni una sociedad secreta, aunque, naturalmente,
tenga sus secretos como cualquier otra institución. La masonería tampoco es
una doctrina filosófica. En el mejor de los casos no pasarían de ser meras
reflexiones personales, como en su día hicieron masones, como Lessing, Fichte, Herder, Goethe o
Krause. Una cosa es que haya habido masones filósofos o masones
eclesiásticos, y otra, que la masonería como institución se quiera confundir
con una religión o una filosofía. La masonería es un cuerpo que intenta unir
a los hombres en torno a valores comunes de tolerancia y fraternidad.
Bajo la inspiración de Dios (Delta sagrado),
entre las columnas J y B,
y desde el trono del rey Salomón
la
Masonería, inspira los elevados ideales de
Salud, Fuerza, Unión; Libertad, Igualdad, Fraternidad entre todos los
pueblos del Orbe |
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La propia Gran Logia de Inglaterra, en varias ocasiones, ha tenido que salir
al paso de falsas interpretaciones. Así, en 1950, en carta dirigida a la
Gran Logia de Uruguay se expresó diciendo que la masonería no es un
movimiento filosófico que admita toda orientación y opinión. La verdadera
masonería —añadirían— es una práctica ritualizada «para conservar y extender
la creencia en la existencia de Dios, para ayudar a los masones a regular su
vida y su conducta en los principios de su propia religión, cualquiera que
ésta sea: cristianismo, budismo, islamismo; pero ésta debe ser una religión
que tenga un libro sagrado sobre el cual pueda el iniciado prestar
juramento».
Por supuesto, tampoco tiene nada que ver con toda esa serie de leyendas con
que se le ha rodeado, y donde el solo nombre de masón evoca misas negras,
profanación de hostias, asesinatos de niños, culto a Satanás, venganzas
sangrientas… y todo un cúmulo de fábulas que han llegado a cobrar
consistencia y ser creidazas por obra de educadores, cuya ignorancia sobre
el tema no les ha impedido el deformar sistemáticamente que ha sido
fomentada por intereses político-religiosos y de ciertas ideologías
necesitadas de prefabricar conspiraciones y contubernios «judeo-masónicos».
Las sociedades del orden que sean, religiosas, políticas, profesionales,
económicas o comerciales, observaban antaño un ritual durante sus reuniones;
tenían símbolos, programas y palabras de orden o contraseñas. Asociaciones
semejantes se formaron en todos los cuerpos de oficios.
Pocos gremios del Medievo han tenido tanto influjo y repercusión en la
historia posterior como el de construcciones. La logia era una oficina de
trabajo provista de mesas o tableros de dibujo, en la que había un suelo de
yeso para trazar los detalles e la obra. Desde el punto de vista
administrativo, la logia era también un tribunal, bajo la autoridad del
maestro albañil, quien mantenía la disciplina. Allí donde se acometían obras
de alguna importancia se construyeron logias, y a su alrededor habitaciones
convertidas en colonias o conventos, ya que los trabajos de edificación
duraban varios años. La vida de estos trabajadores estaba reglamentada por
estatutos, cuyo fin principal era lograr una concordia completamente
fraternal, porque para realizar una gran obra era indispensable que
convergiera la acción de las fuerzas unidas.
Como todos los gremios medievales, también los albañiles tenían
sus Patronos protectores, que eran honrados con solemnes fiestas. Estos eran
los dos San Juan, el Bautista y el Evangelista, más conocidos con el nombre
de San Juan de verano y San Juan de invierno, y en especial los Cuatro
Santos Coronados. Así, por ejemplo, los Estatutos de Ratisbona de 1559
comienzan de esta forma: «En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu
Santo, de la bienaventurada Virgen María, así como de sus Bienaventurados
Siervos, los Cuatro Santos Coronados, a su memoria eterna».
En Inglaterra, en 1350, aparece por vez primera la denominación de
Francmasón o de free-stone-mason, es decir, el albañil que
trabaja la piedra de adorno, para distinguirlo del rough-mason,
trabajador tosco, comúnmente aplicado a los canteros ingleses. Se encuentra
en un Acta del Parlamento, correspondiente al año veinticinco del reinado de
Eduardo III. No obstante el término de franquicia, freedom, para
algunos autores tendría relación con la exención o liberación de los
albañiles de las grandes construcciones, respecto de las corporaciones de
las ciudades en las que vivían. Y estos grupos de masones itinerantes
defendían con gran empeño su unión y sus franquicias o exenciones, no
queriendo depender en modo alguno de las corporaciones locales, lo que hoy
día llamaríamos la autonomía sindical.
El paso de la masonería medieval de los constructores de catedrales (masonería
operativa), a la masonería moderna (masonería especulativa) puede
seguirse a través de una serie de documentos que permiten apreciar la
transición. Estos se encuentran, sobre todo, en la famosa Gran Logia de
Edimburgo, que tenía sus reuniones en la St. Mary Chapel. Precisamente la
St. Mary Chapel Lodge de Edimburgo ha conservado sus archivos completos
desde 1599. Estos archivos nos permiten constatar que a lo largo del siglo
XVII, aparecen, al lado de los verdaderos operarios que trabajan la piedra,
otros personajes que ejercían una profesión totalmente diferente: abogados,
mercaderes, cirujanos, etc., a título de accepted masons o miembros
honorarios, más conocidos con el nombre de «masones aceptados». Solía
tratarse de aquellos personajes de la alta sociedad que patrocinaban los
gremios, y les prestaban ayuda. Por otra parte la aparición de las Academias
de Arquitectura quitó razón de ser al sistema gremial de aprendizaje de la
construcción. Al cesar, la edificación de las grandes catedrales, las
hermandades y logias masónicas fueron paulatinamente quedando en manos de
los miembros adoptivos, o de los francmasones adoptados; que tomó cuerpo a
partir de 1717, y en especial con las Constituciones de Anderson en
1723. El período de transición abarca fundamentalmente de 1660 a 1716, época
de trastornos civiles, y que había concentrado en Inglaterra a la mayor
parte de los masones operativos europeos a fin de reconstruir la ciudad de
Londres, prácticamente destruida a raíz del incendio de 1666.
La redacción de dichas constituciones corrió a cargo de dos pastores
protestantes: John Th. Desaguliers y James Anderson. La primera edición
apareció en 1723. De una forma simbólica se hace constar en ellas que en
adelante ya no será la catedral un templo de piedra a construir, sino que el
edificio que habrá de levantarse en honor y gloria del Gran Arquitecto del
Universo será la misma Humanidad. El
trabajo sobre la piedra bruta destinada a convertirse en cúbica; es decir,
apta a las exigencias constructivas, será el hombre, quien habrá de irse
puliendo en contacto con sus semejantes. Cada útil o herramienta recibirá un
sentido simbólico: la escuadra, para regular las acciones; el
compás, para mantenerse en los límites con todos los hombres. El
delantal, símbolo del trabajo, que con su blancura indica el candor de
las costumbres y la igualdad; los guantes blancos, que recuerdan al
francmasón que no debe jamás mancharse las manos con la iniquidad;
finalmente la Biblia, para regular o gobernar la fe.
La masonería proporcionaba un lugar de encuentro de hombres interesados por
el humanismo como fraternidad, por encima de las separaciones y de las
oposiciones sectarias que tantos sufrimientos habían acarreado a Europa la
Reforma, por una parte, y la Contrarreforma, por otra. Les animaba el deseo
de encontrarse en una atmósfera de tolerancia y fraternidad. El artículo
fundamental de las Constituciones de 1723 lo subraya claramente al exigir a
todo masón la creencia en Dios como medio de conciliar una verdadera amistad
entre sus miembros. Otro artículo precisa que ningún ataque o disputa serán
permitidos en le interior de la logia, y mucho menos las polémicas relativas
a la religión o a la situación política. De hecho son pocos los artículos,
pero todos ellos son claros, precisos e inspirados en los más nobles
sentimientos de fraternidad y de honor. Se inculca la práctica de la virtud
por el sentimiento del deber, no por la esperanza de premios o por el temor
de castigos. Y como nota digna de destacarse en aquella época, no se hace
distinción ni de clases ni de creencias políticas o religiosas. Es curioso
observar que fuera en las logias de masones donde precisamente se
establecieron normas donde la tolerancia religiosa permitía la convivencia
de católicos y protestantes, precisamente en una nación donde los católicos
eran duramente perseguidos.
Tanto la Masonería reflejada en sus propias Constituciones, como la que
resulta de los informes de la policía de diversos países o los de la
Inquisición, viene a ser una asociación basada en una cierta mística
ritualista, tomada en gran parte de sus tradiciones medievales, que
respetaba y armonizaba a todas las religiones monoteístas, actitud que
suponía la tolerancia religiosa que en aquella época era sinónimo de
herejía, y en la que los masones se encontraban dentro de un ambiente social
en el que se borraban las diferencias de clases, fortuna y religión, y en el
que dentro de un espíritu de fraternidad e igualdad podían dar cauce a la
filantropía. La unanimidad de noticias, informes, publicaciones,
correspondencias, etc. a lo largo de todo el siglo XVIII, provengan del país
que sea, resulta tan reveladora como sus propias Constituciones. La
Masonería aparece como una reunión, por encima de las divisiones políticas y
religiosas del momento, de hombres que creían en Dios, que respetaban la
moral natural, y que querían conocerse, ayudarse y trabajar juntos a pesar
de la diferencia de rango social, y de la diversidad de sus creencias
religiosas, y de su filiación a confesiones o partidos.
El denominador común de la Masonería del siglo XVIII, en países tan dispares
como Austria, Italia, Portugal, Suiza, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania,
Suecia, México, Inglaterra, Perú, etc., es el de una asociación admiradora
de la armonía de la naturaleza, obra del Gran Arquitecto del Universo, y
propagadora de la amistad universal entre los hombres que permitía a cada
uno encontrar en las logias su bienestar, gracias a la tolerancia de los
demás.
Además, el secreto (que procedía de la necesidad de
conservar cuidadosamente las fórmulas arquitectónicas de la Edad Media), sus
ceremonias, su gusto por lo simbólico y litúrgico, dotaba a la masonería de
un incentivo místico que ejercía un poderoso atractivo que hizo que fuera
masiva la
afluencia a las logias de católicos y de eclesiásticos. Así se
explica no sólo la presencia de sacerdotes en
la mayor parte de las logias europeas, en las que figuran obispos, abades,
canónigos, teólogos y toda clase de sacerdotes y religiosos, sino la
existencia de logias integradas únicamente por sacerdotes y religiosos.
Extractado
de: José A. Ferrer Benimeli, “Qué es la masonería”, en José A. Ferrer
Benimeli (coor.), La Masonería,
Historia 16, Extra IV- Noviembre 1977, pp. 5-14 y de J. A. Ferrer
Benimeli, La masonería, Madrid, 2001, pp. 7-9.
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